“Tribu”: Un dispositivo para armar conversaciones colaborativas entre equipos tratantes y protagonistas de los tratamientos para rehabilitar de adicciones.
Ma. Cristina Ravazzola
Resumen
Se describe una modalidad de conversación entre personas involucradas en los procesos de cambio (en
este caso en un programa ambulatorio de rehabilitación de adicciones a drogas y alcohol), encuadrada
en un lenguaje y una interacción semejantes a la de la vida cotidiana, no técnico, que tiene lugar entre el
equipo tratante y la familia en tratamiento. Se sostiene en la idea de rescatar las capacidades de todas las
personas involucradas en un proceso terapéutico, potenciando sus diferentes miradas desde paradigmas
que tienden a sumar y no a entrar en rivalidades que reduzcan posibilidades a sólo ganar o perder. En
las reuniones de “tribu” se aumentan las posibilidades exploratorias y de evaluación con respecto a los
vínculos, las alianzas, los bandos, los puntos ciegos, los trucos comunicacionales, los intentos delegatorios,
las manifestaciones disociativas, así como las capacidades de negociación y de reflexión que todos
buscamos. La reunión en sí constituye una oportunidad muy grande y muy rica de recuperar y enriquecer
conciencias para cada uno de los participantes, incluídos los coordinadores de los grupos de pares y los
terapeutas de las familias que amplían así su panorama para reflexionar, emocionar y accionar.
Palabras clave: Conversaciones colaborativas – Asambleas tribales – Potenciación de recursos
Summary
We make here a description of a type of conversation among the people involved in the process of
change (in this case in a rehabilitation of drug abuse program), a non technical conversation handled in
a colloquial and simple language, in which the professional team chat along with the consultant and the
members of his/her family.
The “tribal meeting” attempts to reinforce the capacities of everyone involved, standing on paradigms
that tend to sum up and to dissolve rivalries that reduce potentials. Through them we are able to enhance
links and alliances, to explore blind points, delegations, dissociations and communicational tricks, as
well as to co – construct negotiations and self reflection abilities. It works in the sense of an opportunity
for us professionals and for every participant to rescue and enrich conscience, widening capacities to
emotionally connect, reflect and take positive action.
Key words: Collaborative conversations – Tribal meetings – Reinforcing capacities
Introducción y antecedentes
Durante años mis temas de investigación y de intervención en el campo de las adicciones han estado
atravesados por metateorías a las que adhiero como el construccionismo social y el pensamiento de la
complejidad, teorías sobre las relaciones y conductas humanas como el pensamiento sistémico, por observaciones
sobre las dimensiones de género (diferencias en las modalidades de adicción para las mujeres y
los varones, y formas de ayudar específicas en cada caso) y por la relación entre la adicción a sustancias
y los abusos (maltratos, violencia) hacia las personas. Desde estas perspectivas, en el programa familiar
ambulatorio de rehabilitación de adicciones que superviso3, que es un programa para personas adictas a
drogas y alcohol que propone cambios en actitudes y relaciones a través de procesos grupales que incluyen
las redes sociales de los y las participantes, hemos incorporado dispositivos de acción terapéutica acordes
con estas investigaciones4, como son espacios grupales especiales para las consultantes mujeres y formas
de trabajo constante sobre los impulsos de descarga de tensiones que no respetan los sentimientos y el dolor
de los otros (abusos), como un campo demostrativo por excelencia de la capacidad de reflexión y de contención
que los y las protagonistas de los tratamientos van incorporando y haciendo propios. En artículos
anteriormente publicados en esta revista5 y en el libro Historias Infames. Los maltratos en las Relaciones6,
comento acerca de las similitudes entre todas las formas de relaciones abusivas, ya sea con personas (sí
mismo u otros), o con sustancias. Aunque sería muy largo reproducir en este artículo las experiencias y
las exploraciones que hemos realizado a lo largo de muchos años, puedo mencionar que nos encontramos
frente a un mismo patrón relacional: quien abusa se siente víctima y entiende que puede habilitarse
a acciones que causan perjuicios porque hay ideas, teorías, argumentos que sostienen esas acciones. Se
puede seguir el imperativo del impulso y reaccionar sin reflexionar porque hay un contexto relacional que
sostiene esa decisión (grupos de pares que consumen drogas, grupos de amigos o familiares que justifican
argumentos disciplinadores de los otros considerados “inferiores”, culturas machistas y consumistas en las
que hay que estar siempre en posición ganadora y tener más que los otros, etc. Entre las teorías encontramos
las que promueven jerarquías en las diferencias de género, raza, cultura, edad, etc., las que se inscriben
en estructuras autoritarias y discursos que las avalan. Una vez sumergidos en las teorías que justifican los
abusos, no se dimensionan los perjuicios y se da lugar a la acción sin mediar reflexión.
Así y todo, y aunque todos estos focos de mi interés siguen encendidos, en estos momentos, considero
dar a conocer un interés principal de nuestras investigaciones clínicas que está puesto en lograr que las
acciones, reflexiones y decisiones que se vayan tomando a lo largo de los procesos terapéuticos, puedan
ser planteadas y consensuadas en forma colaborativa entre todas las personas que intervienen. Los
aportes de las investigaciones clínicas que han ido validando diversos dispositivos de acción terapéutica
inscriptos en acciones de corte comunitario, acciones que se multiplican en el mundo desde las experiencias
de Alcohólicos Anónimos, necesitan todavía de un reconocimiento académico y de una forma
protocolar que permita asociar fácilmente clínica con investigación, aunque hay ya iniciativas cada vez
más afirmadas, como la formación acreditada en Psiquiatría Comunitaria en Brasil y las experiencias de
los Programas de Democratización Familiar en Argentina y en México, a cargo de reconocidos investigadores
sociales, que son programas de acción que han llevado a resultados altamente beneficiosos en
el área de la salud en general.
Cuando intento dar cuenta de cómo llegamos a plantearnos diferentes dispositivos para lograr tales
conversaciones colaborativas a lo largo de los procesos terapéuticos, me aparecen anécdotas de mis
primeros pasos en la residencia Psiquiátrica. A partir un intento de armar una Comunidad Terapeutica
en el Hospital Neuropsiquiatrico de Hombres de Buenos Aires, aprendí las primeras nociones sobre comunidades
terapéuticas, que resultaron de intercambios entre psiquiatras argentinos e ingleses. Era claro
para estos últimos, que los miembros de la comunidad eran los profesionales (médicos, enfermeros, psicologos,
trabajadores sociales) y tambien los pacientes. No era tanto así para los psiquiatras argentinos.
Si bien la idea de la Comunidad Terapéutica nos incluye a todos, para nuestros instructores de entonces,
los pacientes no figuraban como protagonistas de las conversaciones. Eran mirados como destinatarios
de las acciones. En el otro polo, a veces, somos nosotros los profesionales los que quedamos excluídos,
fuera de la interacción, como si fuéramos meros observadores que describen lo que sucede, siguiendo
con fidelidad la tradicion positivista de las profesiones que lleva a ese cliché que nos hace excluirnos de
la escena como si fueramos observadores objetivos, y a colocar a quienes nos solicitan bajo el foco de
esa observación. Esa imagen está bien lejos de una conversación colaborativa para llegar conjuntamente
a un objetivo compartido. Más bien, esa “observación” es una invitación a un juicio (des) valorativo disfrazado
de diagnóstico cuando no de franca crítica a lo que “vemos” como negativo en el otro. Estamos
en la reflexión acerca de “lo que miramos”, y cómo eso nos arma un juicio que se desbarata y adquiere
otras formas más humanas de considerar a ese otro cuando lo escuchamos. Al conversar nos acercamos,
visualizamos lo que en nosotros es semejante a lo del otro, podemos llegar a terrenos comunes.
En la trayectoria de los equipos compuestos por profesionales y ex-adictos de la Fundación Proyecto
Cambio tratamos de revisar permanentemente en nosotros, profesionales, esos sesgos limitantes y de
incluirnos como parte de los procesos de los que participamos7. Podemos decir que nuestros programas
apuntan a que se produzcan cambios en las conductas adictivas a lo largo de un proceso en el que participan
activamente los protagonistas y sus familias, desarrollando actividades grupales entre pares y
reuniones periódicas de red (en algunos aspectos semejantes a sesiones de terapia familiar sistémica).
Todos los coordinadores de la Fundación nos reunimos formalmente varias veces (por lo menos 2) por
semana e informalmente todos los días. En esas reuniones coordinamos acciones para hacer más efectiva
la tarea, compartir información sobre el proceso y las actividades de cada integrante de los grupos,
buscar en conjunto estrategias favorables a los objetivos que nos proponemos, identificar obstáculos,
buscar formas de acción alternativas a las convencionales, etc.
En ocasiones encontramos que no se producen las modificaciones que esperamos que tengan lugar en el
proceso terapéutico de alguna de las personas en rehabilitación o que se estancan las evoluciones previstas
para cada etapa y no resultan efectivas las tareas que diagramamos en los múltiples espacios de las
que esa persona y los miembros de su familia o su red ampliada participan.
Es en esas circunstancias en las que estamos especialmente atentos a no deslizarnos en la tentadora
pendiente de “juzgar” y encontrar “culpables” de que suceda aquello que no resulta favorable. En otras
palabras, tratamos especialmente en esas ocasiones de poner en práctica todas nuestras exploraciones
en el camino de seguir modelos que enaltecen las competencias y potencias de las personas y no los que
se basan en enfocar sus déficit. Tratamos siempre de encontrar recursos creativos para asegurarnos una
presencia de cada miembro del programa con voz y voto tal que dé cuenta de sus razones y nos permita
buscar caminos menos explorados. Podemos convocarlos personalmente y también personificarlos a
través de alguno de nosotros que tome su rol en la conversación.
Ha sido en estas situaciones en las que comenzamos ya hace años (1997) a utilizar una modalidad de
reunión que ya habíamos experimentado en otros ámbitos de prestaciones en Salud Mental8 con muy
buenos resultados (cambios positivos en las conductas de adolescentes violentos, cambios de actitudes
en ex – cónyuges invalidados hasta ese momento de interactuar en conjunto frente a sus hijos, cambios
de estados de ánimo de operadores que se sentían personalmente defraudados por las conductas repetitivas
autodestructivas de sus pacientes, etc.). Hemos llamado “tribus” a esas reuniones9, que vamos a
describir y comentar en este artículo.
Recordemos que la “tribu” nos resulta un dispositivo que se mostró útil para asegurarnos acciones conjuntas
con los protagonistas y sus redes en las que nos apoyamos. Nos basamos en sus potencialidades, y
proponemos formas de trabajo conjunto con toda la red, evitando rivalidades entre programas diferentes
(pasaje de paradigmas de escaladas de rivalidad a paradigmas de colaboración). Encontramos que forman
parte de procesos que facilitan que las personas afectadas por patrones abusivos de conducta puedan
experimentar progresivamente vivencias de relaciones de respeto por sí mismos y sus elecciones,
así como de relaciones de respeto hacia otros. Todos nos beneficiamos si nos ayudamos a no entrar en
“escaladas”, y aprendemos a no estar a merced de discursos o acciones provocadoras. La sola propuesta
de la “tribu” conlleva la idea de que todo un grupo de profesionales, operadores no profesionales y personas
consultantes, se encuentren para intercambiar ideas que ayuden a disminuir los problemas y los
inconvenientes que se plantean entre todos. No es raro que se susciten escenas de provocaciones u otros
maltratos, y es entonces que los recursos de conversaciones de pedido de ayuda a los otros presentes
constituyen parte de las ventajas del dispositivo, así como parte del aprendizaje para todos de las múltiples
formas en que estas escenas pueden cambiar permitiendo la continuidad de las relaciones.
Superando modelos basados en los déficit: Modelos de competencias o de fortalezas, o de potencias.
Para comprender mejor el origen y la genealogía de nuestras reuniones de “tribu”, vamos a profundizar
el significado de los modelos de competencias y su significación para nosotros.
Por mucho tiempo, tanto desde la medicina como desde otras disciplinas, el conjunto de teorías con las
que intentamos comprender las conductas humanas ha privilegiado tendencias a describirlas desde las
disfunciones y los déficit. Esa mirada propone enfocar lo que funciona “mal” para entonces corregirlo y
lograr que esa disfunción se cambie. De esa propuesta se derivan algunos supuestos no siempre explicitados.
Por empezar, se apoya en una idea de lo que sería “normal” (muy difícil de delimitar porque ese
concepto es móvil y porque depende de cada grupo cultural aunque difícilmente ese grupo pueda aceptar
esa descripción simplemente como “lo deseable”). Junto con esta descripción de “lo normal” aparece lo
que estaría “desviado” de esa normalidad, categorías y clasificaciones de esas “anormalidades” que han
devenido en una construcción a la que se ha llamado psicopatología. Y desde esa “normalidad” y esas
“desviaciones” se han ido desarrollando distintos modelos de intervención desde el campo de la salud
mental que van a buscar esos déficit, identificarlos dentro de una lista posible (diagnosticar), enumerarlos
y a tratar de actuar sobre ellos.
Para los operadores en Salud Mental, estas tendencias han sido muy influyentes durante mucho tiempo
y lo siguen siendo, aun cuando se han intentado cuestionamientos a sus propuestas desde varias líneas
terapéuticas como la sistémica o la cognitiva entre otras. Así y todo, persisten a veces automatismos
que nos llevan a suponer devenires predeterminados para cada afección que sufrimos, y estos supuestos
deterministas siguen siendo muy poderosos. Lamentablemente operan dándonos seguridad en predicciones
que son reducidas comparadas con la gama de posibilidades que cada persona puede desplegar si
se la ayuda a cambiar el contexto en que se le produce el déficit.
En conjunto con colegas de Chile10 y de la ONG BICE (Boureau Internationale Catholique pour l´ Enfance)
que se ocupan también de los maltratos que sufren los sectores de la población más vulnerables
(niños abusados sexualmente), estamos11 desde hace tiempo intentando construir ideas y dispositivos de
acción que se basen en las potencias, los recursos, las posibilidades diferentes, las fortalezas que están
presentes en tantas situaciones en que las personas han sufrido acciones desvastadoras y han podido
igualmente desarrollarse y superar esos trances12. Los modelos de pensamiento y de acción que explican
las acciones que han sido útiles para ayudar en esos trances teniendo en cuenta las potencias de las personas
y las relaciones han sido llamados modelos de competencias, siguiendo a numerosos autores que
confluyen desde varias líneas. Diversas teorías y metáforas como la de las resiliencias (Melillo y Suarez
Ojeda 2001, Siegfried. H. comunicación personal ), las de la potencia de las conversaciones colaborativas
(Fried Schnitman, 2004) en la co – construcción de realidades (Gergen, K. 1988; Gergen, M. 1988),
la de la conciencia acerca de las complejidades propias de los fenómenos humanos13, etc. nos ayudan a
encontrar alternativas a aquellas consecuencias linealmente predeterminadas para los sucesos como si
ese fuera el único camino a seguir.
En busca de ideas y actitudes colaborativas entre ayudadores
En este contexto de rehabilitación de conductas impulsivas que nos ocupa, otro enorme esfuerzo que
emprendimos es el de revisar y ayudarnos entre nosotros a salirnos de los lineamientos que nos inducen
rivalidades entre “nosotros” (en este caso: el equipo tratante) y los “otros” (en este caso algunos
miembros de la familia consultante). Algunas conversaciones típicamente provocadoras promueven una
alineación en “bandos” opuestos que nos llevan a creer que es más importante ganarle al otro que producir
estrategias eficientes para lograr los cambios deseados por todos. Aunque es difícil escaparle a esta
reacción automática, vemos la necesidad de salirnos del paradigma de rivalidad para pasar al paradigma
de colaboración, con conciencia del valor y respeto por el otro. Sería muy largo enumerar acá el conjunto
de trabajos continuos que armamos entre nosotros para ayudarnos en este pasaje desde paradigmas
de dominación a paradigmas colaborativos, pero el escenario de la “tribu” nos garantiza las voces y las
opiniones de muchos presentes deliberando juntos para encontrar los beneficios buscados y acciones
entre nosotros (propuestas de esculturas, de cambios de escenarios, de juegos psicodramáticos, etc.) que
nos rescaten de tentadoras provocaciones a ejercer poder de dominación sobre nuestros consultantes.
Recordemos que la idea de la tribu es una idea tentativa, aún necesitada de mucha práctica, en contextos
terapéuticos diferentes, para poder concebir un protocolo de acción que la configure. Tiene mucho en
común con los equipos reflexivos de Tom Andersen (1995), en cuanto busca promover escenarios suficientemente
diferentes de lo habitual, tales que permitan conversaciones, acciones y reflexiones antes no
previstas. También es una búsqueda de participación activa de los miembros de los equipos tratantes y de
los consultantes en formas de conversaciones que difieren de las configuraciones sistemáticas y que privilegian
el escuchar las voces de todos los que intervienen en un proceso de rehabilitación. Tienen el carácter
de un evento, utilizado en condiciones de necesidad de un cambio en el transcurso de un proceso.
Reuniones tribales
¿Cómo son las conversaciones en estas reuniones?
Desde un principio quedó claro para todos nosotros que las conversaciones tienen que partir de perspectivas
personales, no de técnicas, ayudándonos entre todos a no enjuiciar a nadie, procurando aportes de
aquellos a quienes convocamos para encontrar soluciones a problemas que nos preocupan a nosotros y
muchas veces también a ellos. En muchos casos en que nos reunimos con los y las jóvenes consultantes
y sus familiares, esto no es fácil porque, tal vez como parte de las dinámicas de los circuitos abusivos,
se han acostumbrado a propuestas de conversación en la que se producen “provocaciones” a entrar en
rivalidades. Estas son modalidades de comunicación en las que las personas que las vivimos sentimos
que tenemos que reaccionar y defendernos o “ganarle la pulseada” a quien nos provoca. Sólo que si lo
hacemos, estaremos repitiendo el patrón de rivalidad para ellos habitual y empobrecedor y, entonces,
perdemos todos porque no aprendemos a trabajar en conjunto. Así es que esas conversaciones están
pensadas para crear un clima reflexivo y colaborativo en el que sumemos las capacidades y aportes de
todos los miembros del entorno de los protagonistas que podamos incluir.
Descripción de una reunión “tribal”
Como es una reunión a la que nosotros como equipo institucional invitamos, decidimos en conjunto previamente
a quienes invitamos, según nos imaginamos el desarrollo del encuentro. Así es como nosotros
hacemos la propuesta, pero no siempre ocurre lo que proponemos.
Para ilustrar con un ejemplo: recientemente convocamos solos al padre y a la madre de un joven de 19
años, Andrés, que está casi al final de su tratamiento, porque veíamos que, si bien las conductas del joven
habían cambiado mucho en los ámbitos en los que compartía el programa con otros jóvenes, continuaba
creando situaciones de mal trato hacia su novia y su hermano menor, y participando de acciones muy
riesgosas fuera de esos escenarios (como proponiendo desafíos de altas velocidades en carreteras), información
a la que nos parecía que los padres no reaccionaban con la misma alarma que nosotros. En ese caso
en particular, nos apoyamos en una muy buena relación con los padres de Andrés que habían trabajado
muy cuidadosamente su rol durante los largos meses del proceso de rehabilitación del hijo. Desde nuestra
apreciación, pensábamos que algo ocurría que se anulaban entre ellos y que Andrés seguía “subido a un
andamio que sostenían sus padres con sus propios brazos” (metáfora que usamos para ilustrar nuestras
sensaciones). Tenía sentido la tribu como escenario apropiado para una exploración entre todos de cuáles
podían ser los caminos a seguir para bloquear las “estrategias” manipuladoras de Andrés hacia ellos y
ayudarlos así a “bajarlo a tierra”, a que él pueda tomar conciencia de sus verdaderas capacidades, y ganar
nuevas y genuinas herramientas. Con todo, lo cierto es que la mayoría de las veces hacemos una convocatoria
lo más amplia posible14, pero a veces, como en este caso, expresamente decidimos que alguien
no venga. No convocamos a Andrés porque pensamos que desde sus aspectos más negativos, él tenía
todavía demasiado poder sobre sus padres y tal vez también sobre nosotros. Fue así que imaginamos un
escenario más conspirativo, de búsqueda conjunta de formas de interferir los exitosos trucos de Andrés,
tan eficaces en cegar las capacidades de Ana y Esteban, sus padres. Otra metáfora útil es la de ver en
Andrés sus distintas partes, y entender que conspiramos contra su parte manipuladora.
Comenzamos por presentarnos y por presentar a todas las personas presentes. Como supervisora de la
Fundación, muchas veces los miembros de las familias no me conocen y esa presentación es muy importante
para encuadrar la conversación. En esa presentación procuramos que el clima que se crea sea
de distensión y de trabajo conjunto.
Generalmente son los coordinadores que han propuesto la reunión quienes comentan acerca de cuál es
su preocupación.
Una tribu reciente se decidió a partir de que la terapeuta familiar y la coordinadora del grupo de los padres
plantearon su molestia, en una reunión de equipo por haber recibido un trato irónico y despectivo por parte
de los padres de un joven en tratamiento. “A ver con qué nos venís ahora, porque esta vez ya no tienen nada
que decir....” dando a entender que éramos injustos con lo que pretendíamos para su hijo. En el equipo tratante,
la alarma frente a esta eventualidad es grande porque en esta modalidad ambulatoria de tratamiento
necesitamos armar una alianza firme con las familias y las redes de apoyo en general, y esas manifestaciones
daban clara cuenta de que esa alianza o no existía o se estaba perdiendo. La presencia de operadores
que pueden rescatar otros momentos del proceso en los que sí logramos buenas alianzas genera la posibilidad
de recrear un vínculo que, de perderse, haría imposible el logro de los objetivos del tratamiento.
Aunque nos resistimos a construir una clasificación, los objetivos parciales que nos planteamos en las
“tribus” pueden ser:
-de evaluación de las relaciones entre los coordinadores de la fundación y la familia
-de evaluación de la calidad del proceso en que están la familia, el/la protagonista y el conjunto del programa
-de intento de lograr una alianza en casos en que ésta no se produce, identificar los obstáculos y tratar
de deponerlos desde nuestra parte.
-de mejorar la comprensión acerca de modalidades de transcurrir en el programa que se nos aparecen
como programas propios que los padres emprenden y que desconocemos. Tratamos de “cocinar” el
menú a seguir en conjunto.
-a veces lo usamos como una estrategia que llamamos “bajada de brazos”, en la que nosotros no vemos
cómo seguir y pedimos ayuda a la familia para que nos lo propongan.
-de reunión de equipo ampliada, en la que se despliega una conversación entre los miembros del equipo
delante de la red y el o los protagonistas convocados.
- de búsqueda conjunta de los cambios de actitud que pueden haber logrado efectos deseados y que queremos
conocer desde los testimonios de los protagonistas.
Continuando con la descripción de la reunión tribal, en la conversación se hicieron visibles algunos desacuerdos
entre la madre y el padre de Andrés, y pudimos conocer cuáles eran los argumentos que el hijo
usaba con cada uno de ellos, diferente y adaptado a lo que cada uno gustaba de escuchar, y también los
argumentos diferentes que Andrés usaba con cada uno de los coordinadores. Como, lamentablemente,
habíamos decidido no invitar a Andrés a esta tribu, no podíamos incluirlo en la conversación en presencia
pero lo llamamos por teléfono y le hicimos llegar nuestras felicitaciones, admirando su capacidad
creativa, que seguramente le iba a ser muy útil en muchos aspectos de su vida. Unos días más tarde, los
padres comentaron que habían restringido a Andrés el uso de su automóvil, y que conversaban entre
ellos sobre cada decisión que tomaban con respecto a él. Los coordinadores, por su parte encontraron a
Andrés mucho más participativo en sus espacios de encuentro.
Las evaluaciones, que a veces revisamos en nuevas reuniones de “tribu” a los pocos días de las anteriores,
nos sirven para plantear cambios de rumbo en los procesos, implementar acciones diferentes, a
veces incorporar personas, modalidades y espacios novedosos, que vemos necesarios. Los indicadores
que tomamos en cuenta son básicamente relacionales. Damos importancia a formas de trato, a gestos y
actitudes, a diferencias entre relatos y acciones presentes, a reacciones y a conversaciones posteriores a
la tribu, a nuestras emociones y sensaciones y a las formas en que los participantes comentan la experiencia
en sus espacios grupales.
Los resultados a veces son inmediatos y se nota la repercusión que ha tenido la reunión en la reacción de
algunos miembros de la familia o en cambios en el ánimo y las estrategias de los coordinadores. Otras
veces, recién pasados algunos meses notamos la reacomodación que esta modalidad produce. Y en otras
(pocas), los resultados han sido pobres.
A modo de conclusión, queremos compartir comentarios acerca de los beneficios del uso de la “tribu”.
Recordemos que se trata de una reunión – evento – asamblea que convoca un equipo tratante en el devenir
de un programa de tratamiento, en este caso, destinado a recuperarse de una adicción a sustancias, y
que usado de esta manera no tiene el carácter de un espacio abierto en forma sistemática.
Pensamos que esos beneficios son dinámicos y situacionales. Nos damos cuenta de que cada “tribu” produce
efectos además en los espacios informales del Programa, por lo que comentan sus participantes en los espacios
de sus actividades. Es así que hay casos en los que es beneficioso sólo el anunciar que la estamos convocando.
Siguiendo un comentario de la Dra. Denise Najmanovich, epistemóloga, con la que conversamos cuando comenzamos
a usar estas reuniones en nuestro trabajo en violencia doméstica, la “tribu” nos permite usar un
recurso de “densidad poblacional” cuando no contamos con la presencia de pares que apoyen grupalmente un
proceso. En los problemas de índole psicosocial, este dispositivo funciona como un mini grupo social, con el
efecto del impacto social que no se logra en los settings de terapias individuales. El peso de la presencia testimonial
de muchas personas, testigos de aquello que se habla y se comparte en un contexto determinado es diferente
de que sea una sola persona quien escuche una historia. Entre muchos es más difícil negar, minimizar u olvidar
una experiencia que se compartió. Uno de los modos en que se aprovecha este efecto de densidad poblacional es
pidiendo a los presentes que se vote acerca de una opinión: típicamente, si suponemos que Pedrito es “enfermo”
o si es malcriado, ( y entonces tendrá que hacerse responsable por lo que hace). O, en casos de maltrato, si creemos
que alguien está realmente disculpándose por algún maltrato o si va a volver a hacerlo.
Al tratarse de una conversación entre personas involucradas en los procesos de cambio, encuadrada en
un lenguaje y una interacción semejante a la de la vida cotidiana, aumentan las posibilidades exploratorias
y de evaluación con respecto a los vínculos, las alianzas, los bandos, los puntos ciegos, los trucos
comunicacionales, los intentos delegatorios, las manifestaciones disociativas, así como las capacidades
de negociación y de reflexión que todos buscamos. La reunión en sí constituye una oportunidad muy
grande y muy rica de recuperar y enriquecer conciencias para cada uno de los participantes, incluídos los
coordinadores de los grupos de pares y los terapeutas de las familias que amplían así su panorama para reflexionar,
emocionar y accionar.