Autor: Dr. Gastón Mazieres, Director de Proyecto Cambio (Tratamiento ambulatorio de la drogadicción) Artículo presentado en el Seminario del Nodo Sur de la RIOD, año 2001.
Hace no muchos años, tal vez 8 o 10, decíamos con énfasis, seguros de que afirmábamos una verdad
absoluta que la “familia”, y nos referíamos a mamá, papá, hijos, tíos, etc, conformaban el reducto, el
lugar de encuentro, crecimiento y maduración donde los seres vivos, en nuestro caso humanos, nos
agrupábamos para protegernos, recibir amor, comprensión, paz, en fin, vivir….. Era lógico ser parte de
una familia, cada uno de nosotros pertenecía a su familia y las normas, valores, orden se aprendían e
incorporaban allí. Pudimos así imaginar una sociedad en la que todas las familias eran como parte de un
complejo entramado, de un mosaico en las que se articulaban armoniosamente entre sí. Esta apoyatura
familiar así imaginada, era fundamental para el desarrollo de todo ser, quien no la poseía debería ser
seguramente dentro de una cierta lógica un posible enfermo mental o con suerte un poseedor de una patología
social, por lo menos mínima. “Pobre, ¿cómo no va a tener tal afección si no tuvo familia?” o “Sus
padres se separaron cuando era chico”. Qué mejor que poner fuera del sujeto, en ausencia de esa “familia
clásica”, el origen, la causa y la responsabilidad de muchas desviaciones humanas. La institucióm “familia”,
debía tener tanta importancia por presencia como por su no existencia: si está, habrá salud y si
se carece de ella tendremos una buena explicación de cualquier desviación mental o de conducta. Los
psicoterapeutas, los legistas y religiosos utilizamos durante varias generaciones esta simplista explicación
que nos permitió depositar en esta “bolsa familiar” cuanta migaja de miseria humana apareciera.
No tuvo o no tiene familia…..así se explica todo.
Fue aproximadamente en esta última década, que a través de los medios de comunicación, fuimos enterándonos
de hechos siniestros, violaciones, incestos, actos de violencia, secuestros de hijos, sucedidos en el seno de
estos sagrados claustros de amor. Era justamente allí, en este medio sacrosanto, “la familia”, donde estadísticas
elevadísimas nos indicaban que en estos espacios se vivían también verdaderos infiernos en los que, solamente
al surgir como hechos delictivos, nos enterábamos a través de los medios de estas tremendas violencias al ser
generalmente sufridas por esposas y niños pequeños. Fuimos entonces viendo perplejos, como este reducto tan
idealizado, ahora podía ser explorado, mirado adentro, ser expuesto para su enorme valorización en muchos
casos, y en otros también para desnudar injusticias y atentados a la dignidad de seres inocentes.
Las estadísticas también nos informan de otra realidad familiar: la existencia de enormes cantidades de
parejas que conviven, que comparten hijos de anteriores matrimonios, y que a través de los años conformaron
un hogar como lugar de convivencia y encuentro armonioso. Por otra parte los profesionales que
tienen acceso a estas y otras estructuras de convivencia, comprueban que los individuos que consultan
por patologías mentales o sociales provienen en igualdad de proporción de familias nucleares comunes
clásicas o de las de padres separados o no casados, etc.
Creo que un error flagrante sería a la luz de estas cifras tomar partido por una u otra postura y que el
descubrir minuciosamente estas organizaciones humanas de convivencia, nos lleva en principio a comprender
que generacionalmente, a través del tiempo, se han producido fenómenos, transformaciones y
que estos cambios nos gusten o no, se producen más allá de posturas religiosas, míticas o de creencias
idealizadas. El aceptarlos nos permitirá, ahora desde la verdad, valorizar las necesidades reales del
individuo para su maduración y crecimiento. Necesidades que encontrará satisfechas en las diferentes
configuraciones que tengan la capacidad de proveerle afecto, seguridad y continencia.
Era cierto también que la familia clasicamente imponía ideas, creencias y valores como verdades únicas
y absolutas. Era lógico entonces pensar que había límites íntimos que marcaban una “privacidad” de la
familia. En la actualidad ya están demolidas estas paredes rígidas y la intimidad absoluta ha desaparecido
por influencia de los medios de comunicación. La información de la realidad social penetra en todos
los hogares incorporando cultura o incultura, pero un tipo de información muchas veces cuestionadora
de la que la propia familia transmite. Esta es la realidad actual: la familia solo puede ser una parte bastante
limitada del crecimiento, maduración, y equilibrio emocional de las personas que la integran. No
pongamos en la idea de solo mejorar la comunicación familiar como el medio o forma de modificar males
de las personas, ya que aunque asuma lo familiar una actitud de compromiso máximo, será también
en la activación del medio y de otras instituciones de las que surgirán estímulos posibilitadores de una
auténtica modificación y cambio.
Cuando tratamos de evitar situaciones que llevan o permiten que alguien consuma drogas, comunmente
jerarquizamos la importancia de la familia. La idea básica es que el hijo adolescente es el que reacciona
drogándose frente a situaciones de tensión o conflicto familiar. También cuando en una familia las normas
o cuidados no son claramente explicitados, así como la falta de límites o la confusión de mandatos,
se determina un caldo propicio al consumo de sustancias (situación de riesgo o peligro). Creo que el
cerrar aquí la importancia de la familia en el origen de la adicción del adolescente o pensar que la solución,
como afirmamos anteriormente, reside solo en mejorar la comunicación familiar es una reflexión
pobre y limitada. Los miembros de la familia, personas de diferentes edades también están expuestos a
reaccionar frente a las múltiples y complejas vicisitudes contextuales y el consumo de drogas, psicofármacos
y alcohol son hoy los índices de un aumento altamente alarmantes.
¿Cómo es posible que se pueda plantear que sea la familia la orquestadora de modificaciones como única
solución a situaciones de riesgo cuando comprobamos permanentemente las tremendas limitaciones y
necesidades que ella misma posee? ¿Acaso no deberíamos aliviarla de esta casi absurda culpabilización
de ser ellas determinantes de la drogadicción del hijo y ahora también únicas responsables de la cura?
Miremos con valentía las condiciones reales, las posibilidades auténticas de cada familia. Jerarquicemos
no los valores idealizados que suponemos que debe haber en cada una de ellas, y miremos sin tapujos
y sin mitos, pensando que tanto en la prevención como en la rehabilitación de una situación adictiva
, y esto es válido para todas las edades, interesan fundamentalmente la existencia viva de valores que
surgen y se activan en las relaciones humanas de todo entramado social sean o no familiares que será
la jerarquización y respeto del otro y del nuestro propio, el que se engarzará con conductas solidarias
de cuidado, comprensión y responsabilidad. Estamos participando sin proponérnoslo en la caída de los
límites rígidos que nos hacían creer que lo mío existía como privacidad absoluta, sin importarme que
pasaba afuera de mí. Hoy sabemos que todas las familias unidas en redes descubren y comparten problemas
comunes que pueden resolver desde los recursos que en esta unión ellas encuentran, así aprenden a
compartir necesidades, a movilizar problemas, y a participar con su experiencia en la ayuda de los otros
solidariamente. Además no limitemos la prevención desde lo familiar a un solo aspecto, el consumo de
drogas, pues el alcohol, la violencia, etc, están presentes siempre conformando una agobiante realidad
que toda maniobra preventiva debe abarcar.
Solamente pensando con otros de la familia y de otras que podremos “paritariamente” abordar estas
realidades sintiendo que en cada uno de nosotros está el gérmen transformador y cambiante. No está
la solución en el escuchar obedientemente la aparente información de un experto en drogas, lo que sí
sabemos es que pares nuestros siempre están dispuestos a movilizar sus capacidades de ayuda cálida y
comprensiva, para prever que un mal ocurra o ayudarnos comprometidamente a que desaparezca cuando
se instala.
Tengamos fé en los valores y sepamos mirar sin miedo los cambios estructurales que van surgiendo
como nuevas configuraciones sociales. El ser humano potenciado por otros pares, supera fronteras y
límmites y su actitud colaboradora surge de sus entrañas como expresión de una simple pertenencia a la
clase animal. La diferencia con ellos reside en el lenguaje que tal vez los humanos lo ponemos, muchas
veces, al servicio del egoísmo y la destrucción. La esencia de los seres vivos agrupados, según cada especie,
reside en el amor y a él debemos acudir cuando pensamos en desviaciones sociales y sus formas
de prevenirlas.
Gastón Mazieres
(Fund. Proyecto Cambio)