Autora: Dra. María Cristina Ravazzola
Supervisora General de Fundación Proyecto Cambio
(Tratamiento Ambulatorio de la Drogadicción)
En el tema de producir teoría acerca de “la familia” nadie es neutral. Todos tenemos un SABER que es
necesario recuperar para las familias que queremos construir y que necesitamos re-pensar, no necesariamente
limitada a la noción de asociaciones para la reproducción biológica.
En lo que se refiere a las imágenes que se nos presentan, podríamos partir de una concepción hegemónica
de la familia, la “familia nuclear”: mamá y papá, una mujer y un hombre heterosexuales, casados,
con hijos, para desde allí plantear un proceso hacia concepciones más pluralistas y complejas, tal vez
más próximas a las observaciones y testimonios sobre familias y la vida cotidiana.
Hagamos un poco de teoría familiar con mirada crítica, ya que las ideas pluralistas implican un desafío
a algunas otras explicaciones teóricas, cada una con sus aportes y sus limitaciones.
Las concepciones más “naturalistas” y más “biologicistas” ubican a la familia en el terreno de un hecho
natural debido a que la vida familiar está ligada a nacimientos, muerte, sexo, enfermedades, comer y
dormir, etc, hechos “naturales”, comunes a todas las personas. Estas concepciones fundamentan diferencias
entre los miembros de las familias en características biológicas de sexo y edad, características
cuyas limitaciones están cada vez más puestas en jaque especialmente por las nuevas tecnologías reproductivas.
También vale la pena aportar críticas a las concepciones “funcionalistas”, que ven la familia actual más
ligada a responder a demandas funcionales derivadas del modo de producción en fábricas, a diferencia
de la familia pre-industrial, ligada al modo de producción familiar, cuyas reglas eran más estrictas y la
autoridad paterna resultaba más clara. La familia de la era industrial se vuelve (citando palabras de la
obra difundida de C. Lash, “Heaven in a Heartless World”) un lugar de refugio, cielo, tal que compense
al productor familiar del rol mecánico y subordinado que desempeña en la fábrica. El inconveniente,
obviamente, es que estas propuestas “funcionalistas” enmascaran conflictos y desigualdades de género
y clase. La categoría de los roles familiares pertenece a la concepción “funcionalista” y se refiere generalmente
a la división sexual y generacional de los trabajos que desempeñan los diferentes miembros de
la familia, lo que se espera que cumpla cada uno, con los consiguientes réditos y sanciones.
En esta propuesta trato más bien de plantear un pasaje desde pensar la familia como una “cosa” que
responde a ciertas necesidades hacia considerar a la familia como una construcción social con implicaciones
valorativas y morales, y sujeta a cambios históricos y culturales. Tal vez la idea que propongo se
vaya deslizando hacia la concepción de las familias como redes de ayuda mutua que, además de parientes,
puedan incluir amigos, vecinos, colegas, etc., ampliando las definiciones que la ligan a la consanguineidad
y los linajes. El cambio puede ampliarse hasta considerar que los propios actores protagonistas
pueden ser incluídos como sujetos que definen sus formas de asociarse.
No es posible ser ingenuos/as en cuanto a la importancia política de producir debates acerca de este
tema. En nuestras culturas, las unidades sociales que llamamos familias parecen ocupar el lugar de un
sistema social central. Veamos algunos indicadores de esta afirmación.
a) El sistema familiar es dador de identidad al punto tal que las personas pueden identificarse
como “un Padre”, “una Madre”, “un Hijo”, y dirigirse, abordarse en esos términos, encontrarle
sentido a conductas según estas identidades, etc.
b) Frecuentemente, en discursos sociales y políticos se divide al mundo en categorías como Público
y Privado, entendiendo por privado el mundo de la vida familiar y por público al mundo
extra familiar. La familia es un eje calificado de esta distinción. Es necesario revisar estas dicotomías
que niegan la validez de las categorías intermedias y a las interconexiones entre los extremos
supuestamente polares. Justamente voy a ocuparme aquí en examinar dinámicas un poco menos
públicas y un poco más privadas.
c) Las instituciones destinan dinero y energía a la creación de políticas acerca de, hacia y para la
familia, aunque no la analicen ni la discutan.
d) aquellas personas que no están vinculadas en forma directa con miembros de su red familiar
sufren algún tipo de rotulación estigmática, desde sí mismos o desde otros, cuando no son víctimas
- especialmente en nuestros países vaciados de un estado asistencial - de franco desamparo. Quienes
no tienen familia : dan lástima. No tienen apoyo. No tienen garantías o créditos, que los/las avalen.
e) La imagen de las relaciones familiares parece resumir aquellos componentes de las conductas
sociales que son no racionales, ni económicamente productivos y por lo tanto no son fácilmente
mensurables; que ubicamos en la esfera de los afectos y de las relaciones de proximidad e intimidad,
y que (¿paradojalmente?) los seres humanos registramos como importantes y necesarios para
nuestra supervivencia. Esta es la única institución social que asume en sí y por sí misma todas estas
funciones. Pero la complejidad de sus componentes, sus interrelaciones, sus relaciones con el mundo
social circundante y sus diversidades hacen muy dificultosos los análisis totalizadores. Hablemos
de LAS FAMILIAS y diferenciemos las experiencias y prácticas de cada uno de sus miembros.
Comencemos por enumerar algunos GRANDES CAMBIOS SOCIALES GENERALES, tanto en cuanto a fenómenos de población como a creencias relacionadas:
Es muy difícil evaluar estos cambios en las conductas familiares de los varones, sin caer en generalidades
no siempre representativas. Los ítems relacionados con la autoridad y la centralidad son útiles para
ayudarnos a explicar lo observado.
Aun cuando es evidente que hombres y mujeres trabajan para sostener la cotidianeidad de sus hogares,
las mujeres asumen más francamente el compromiso y la responsabilidad de su participación en áreas
familiares y extrafamiliares.
Para los hombres, sin embargo, mientras que su capacidad como proveedores parece ser una de sus mayores
fuentes de autoestima, su participación doméstica parece atentar en su contra.
Sin duda los hombres han sido afectados por los cambios promovidos por las mujeres, pero todavía,
salvo excepciones, no han acompañado estos cambios de una manera satisfactoria para sí y para sus
familias.
Algunos parecen sufrir el haber sido sacados de un lugar central, y resistirse a participar de la vida familiar
de otra manera que la aprendida. Otros, los que sufren menos trastornos, aceptan mejor los conflictos
que derivan de la necesidad de re-negociar roles y posiciones con la mujer, aceptan cuidar de sus hijos,
cocinarles, ocuparse de su limpieza y su escolaridad, aunque declaran que, debido a esos cambios, también
tienen conflictos con otros hombres y también consigo mismos y sus propias creencias y valores
acerca de la masculinidad.
Muchos se aferran a esquemas de dominación sobre sus mujeres y sus hijos, generando a veces graves
problemas para todos.
Pero también es cierto que existen pocos espacios de debate público en los que las nuevas imágenes de
varones se discutan y puedan circular con más aceptación y menos alarma para su autoestima.
La inclusión de las mujeres en el mercado de trabajo, y el hecho de que ellas se vean en posesión de un
salario concreto no ha significado tanto cambio en las relaciones de poder familiar como el que cabría
esperar. Las mujeres siguen disponiendo de sus ingresos para la necesidad del sustento diario, o para
hacerse cargo del pago de la persona que la sustituye en la casa. Con lo que no terminan de traducir su
entrada de dinero en poder de decisiones concretas en el hogar.
El factor relacional parece tener más peso. El hecho de que ellas participen de un lugar de trabajo con
otras personas amplía las redes de las mujeres, y ese sí parece ser un factor de cambio en las relaciones
de dependencia de las esposas hacia los esposos. Con los contactos personales en el lugar de trabajo, las
mujeres se ven frente a nuevas valorizaciones y comparaciones que generan a su vez nuevos y beneficiosos
conflictos en la relación conyugal.
Aun cuando muchos hombres se han sentido responsables y han cifrado su autoestima y prestigio social
y familiar en la calidad y cantidad de su aporte al sustento de su grupo familiar, las realidades de desempleo
y de aumentos crecientes de costos de vida y servicios en nuestros países promueve conflictos
en estos supuestos. De hecho, las mujeres han salido a contribuir a mejorar los montos aportados, pero
esto no significa del todo que la imagen del hombre como proveedor se haya modificado. A nivel de los
medios, se sigue proponiendo a los hombres que compren electrodomésticos de regalo para sus mujeres
suponiendo que ellos traen el dinero y ella hace las labores domésticas.
Esto pesa como una carga y una exigencia a veces muy difícil de sostener, generadora de expectativas a
las que a veces ellos no están en condiciones de responder.
Pero es verdad que aparece cada vez más una conciencia de que tanto las mujeres pueden ser capaces
de ganar dinero (de hecho muchos hogares se sostienen con el trabajo doméstico asalariado de mujeres
cuyo marido está desempleado), como de que los hombres no tienen ningún impedimento biológico para
hacerse cargo de los hijos, la comida o la limpieza, ni que estas tareas ejerzan un efecto pernicioso sobre
su virilidad. Los impedimentos para estas tareas parecen estar más sustentados en que faltan entrenamientos
permanentes y cotidianos menos narcisísticos y más altruístas para nuestros varones.
En algunos países han aparecido movimientos de hombres dispuestos a criar a sus hijos, pero algunos no lo
plantean como una inserción colaborativa en la esfera doméstica, sino más bien jugando un papel como sustituto
y competidor de la madre. Entre estos últimos, algunos sienten un gran deseo de venganza hacia la madre de sus
hijos, generalmente por haber tomado ella la iniciativa de separarse o haber decidido convivir con otro hombre.
Diferencia entre “Maternidad” y “Maternar”
Este item es enormemente importante para incluir a las mujeres como sujeto de derechos a una vida con
proyectos y logros propios, y es necesario discutirlo más ampliamente.
¿Quién cría los cachorros de la especie? (se pregunta Renate Bridenthal)
Sólo algunos hombres aceptan la idea de co- responsabilizarse en las tareas concretas que demanda la
crianza, y sólo algunas mujeres desafían los supuestos culturales de que la calidad de cuidado materno
es incomparable y produce los mayores beneficios.
Al mismo tiempo, los científicos de la salud mental han culpado a la madre de las fallas y problemas en
los hijos, mostrando una contradicción entre concebirla como el factor más positivo de la crianza, o, en
otros casos, la influencia más peligrosa y negativa. La idealizan pero la constituyen a la vez en el chivo
emisario social para los problemas conductuales.
Se idealiza la maternidad, mientras se aisla y se margina la CRIANZA (el maternar), dejándola confinada
en el polo doméstico, separado del mundo público, el otro polo.
En nuestra cultura aparece la maternidad idealizada ejercida full time por mujeres y considerada como
característica y “saber” innato y natural. No necesariamente cambia este concepto cuando la mujer sale a
trabajar fuera de su casa: sólo se le agrega OTRA carga mas (la doble jornada) de trabajo pago y no pago.
Quedan así las mujeres definidas sólo por sus capacidades reproductivas, y se les niega o descalifica toda
otra inserción o actividad social porque esto atentaría contra la maternidad full time.
Ha habido tímidos movimientos en relación a plantear y revisar informaciones provenientes del campo
psicológico siempre con centro en la función CRIANZA (qué es bueno/malo para los hijos)
Por ejemplo: ha habido una tímida revisión de la teoría de que las alianzas intergeneracionales son negativas
para los hijos. El supuesto es que Padre y Madre siempre deben exhibir acuerdos o.... ¿y qué pasa
cuando no lo están?
Es probable que los efectos de las conspiraciones en cualquier sistema sean des-estabilizadores para los
mismos. Pero, inexplicablemente, estas afirmaciones fueron entendidas por profesionales de la salud
mental que trabajan con familias como que no debían producirse desacuerdos entre los padres, o de que
si alguno de ellos quería intervenir a favor de sus hijos, estaban haciéndoles un daño porque debían estar
a favor del otro padre.(?) Este cuestionamiento es importante, pero no muy difundido. En cambio, se
sigue difundiendo esta afirmación casi terrorista como si fuera una clave explicativa de generación de
patología en los hijos.
También es útil plantear algunos tímidos cuestionamientos y dudas en relación a la importancia en la
crianza de algunas conductas maternales, la necesidad de que esas conductas sean directamente ejercidas
por la mujer-madre, el valor atribuído a su ausencia y su presencia, la calidad de su autoridad, etc. Por
ejemplo. otro clásico del “terrorismo psi” consiste en hacer creer a las madres que deben estar siempre
presentes en su casa con sus hijos, y que dejarlos al cuidado de una cuidadora mercenaria es sinónimo
de abandono y (nuevamente) va a generar problemas en la salud mental de sus niños.
Estas afirmaciones descriptas desconocen la contextualización histórica de las concepciones acerca de
la crianza. Las conductas de “maternaje” que los cachorros de la especie necesitan para sobrevivir y
socializarse, han sufrido importantes cambios a los largo de la historia. En principio, los niños fueron
“descubiertos” como categoría social relativamente recientemente (no antes del siglo XVIII). Curiosamente,
venían siendo sólo “locos bajitos” por siglos, y así era como morían en número impensable para
esta época. También había los que recibían amor y cuidados, pero los niños no eran particularizados
como tales, no tenían sus ropas, sus juegos, sus instituciones.
Si bien en el lenguaje es difícil distinguir entre “maternar” y “la maternidad”, esta distinción puede ayudar
a revisar el exagerado valor puesto sobre esta última estructura de la cultura, valor que se extiende
al matrimonio y a la familia.
Al nombrar la “maternidad” se pierde el sentido de la “parentalidad” que involucraría a varones y mujeres
en la responsabilidad de que nuestros niños reciban los cuidados adecuados.
Podemos distinguir algunos elementos típicos de la maternidad idealizada:
Propongo algunos cuestionamientos a las ideas sostenidas por teorías psicológicas acerca de la importancia del padre y de la figura paterna. También propongo revisar la definición de la función paterna y su concepción como fundamental para los hijos, y necesariamente ejercida por un varón y especial como es el padre. Me parece importante revisarla porque esta figura paterna así planteada significa creer que las madres de hogares uniparentales tienen que asumir aún más exigencias para asegurarse de que van a ser capaces de: